Lo novedoso de no buscar lo novedoso (como un loco)


 “New”, nuevo. Otro de los valores que nuestra sociedad ha transformado en supremo: la novedad. Lo viejo es malo. Lo nuevo es bueno, mucho mejor que lo anterior. Hay que evolucionar. La novedad debe ser constante. En todo. Siempre. Cuanto más, mejor. Quien tuvo un iPhone 4 es un prehistórico si no consigue ya el iPhone 5. Cada semana hay actualizaciones de las aplicaciones para móviles, de los ordenadores, de ropa… de todo. De todo menos de lo más esencial: matar sigue siendo malo; la primera vez que un hombre miente se pone rojo; trabajar cuesta; levantarse pronto, también.

Otra vez lo mismo: conviene detenerse y pensar que hay cosas imperecederas, inmutables. A todos los niveles. Dos más dos, cuatro. Incluso antes de que se supiera decir así. La novedad no puede aplicarse a todo y siempre.
Para aplicar esta idea al ámbito de la educación familiar, basta con pensar en las dos actividades que hemos ido analizando: el amor y el trabajo. Pero antes, no se puede dejar de decir algo obvio: la misma familia es algo que no varía. Aunque en tiempos convulsos como el nuestro se pretendan poner bajo su sombra y nombre otras realidades. No niego que sean reales, pero el mismo hecho de que se comparen implica cosas. Por ejemplo, que si esas otras realidades quieren ponerse con la que existía desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer, es porque la antigua es la buena. Lo mismo que las imitaciones de los Rolex eligen ese nombre porque los auténticos son buenos. Lo mismo que no basta con decir que los Rolex son antiguos y que los tiempos han cambiado.

Que en el amor no se trata de buscar la novedad es bastante obvio. A no ser que se refiera uno al hecho de que hay que renovarse y darse al otro cada día como si fuera el primero. Solo el amor libra de la rutina. El verdadero. Sin embargo, el significado primario de la novedad aplicada en el amor sería algo así como ir de flor en flor, probando. Cuando te cansas de una persona, vas a otra. Dicho así, suena bastante directo y hasta sucio. Pero puede decorarse, y hemos aprendido a hacerlo: “ya no siento por ti lo que sentía”, o “por Margarita siento lo que jamás he sentido por ti”.
Salta a la vista que se trata de un error de base. Lo que se busca aquí es la satisfacción personal propia, más que la del otro. Es decir, que se evita –no se tiene en cuenta– lo más esencial del amor. La fidelidad a los propios amores es propia del amor en sí. ¿Cómo enseñar esto en tiempos en que el sentimiento pasa en tantas ocasiones por delante de la razón? Además de con las oportunas explicaciones sobre qué es ser fiel leal, con el ejemplo propio. 
Hablando de explicaciones, ahí va una. Un chico cuyo padre no le dejaba ir a esquiar porque tenía partido. “Si lo empiezas, lo acabas: te has comprometido”. Lo decía orgulloso de su padre, aunque le costara no disfrutar de la nieve. En educación no hay que perder de vista algo que es obvio, aunque sea bastante sorprendente: lo que se enseña en un campo mejora a la persona entera, en todos sus campos. La lealtad aprendida con los amigos es lealtad total, y me hace crecer como hombre leal. Y seré leal en todos los campos posibles de esa virtud: con mi mujer, con mis principios, con mis amigos, con Dios. Dicho de modo gráfico: los brazos que consigue un obrero que levanta sacos le sirven para eso, y para levantar a su hijilla, o una garrafa de 8 litros llena de agua fresca. Porque son sus brazos. Por eso conviene hablar y explicar las cosas.
Cuando unos padres aprovechan para hablar de lo que se ha visto en una serie televisiva o en una película, dan explicaciones también. Hoy día es sencillo: muchas son del tipo “chico conoce a chica, se enamoran, se acuestan y... se acaba la película”.
Además, los padres han de dar ejemplo a los hijos, que se fijan en todo y todo lo juzgan. El modo de hablar de los amigos que tienen los padres –o de actuar con ellos– es algo imborrable en los hijos. Si papá o mamá jamás hablan mal de nadie a sus espaldas, es obvio que pueden corregir a quien lo haga. Si papá o mamá tienen amigos de verdad (si van a visitar a quien está enfermo, si se felicitan, etc.), es fácil que puedan hablar de qué es ser leal: porque lo dicen con sus vidas. 

Concluyamos: no sólo lo nuevo es bueno, porque la lealtad a lo bueno (sean cosas o personas) pasa por encima de las novedades. Acabo con el elogio de Homero a Penélope en su Odisea. Es indirecto, al demostrarse que lo que dice una voz –no se sabe quién dice esa frase– no es cierto: 
“Ya debe de haberse casado alguno con la reina que se vio tan solicitada. ¡Infeliz! No tuvo constancia para guardar la gran casa de su primer esposo hasta la vuelta del mismo”. (HOMERO, Odisea, C. XXIII, 149.)
Sí tuvo esa constancia; por eso ha quedado como modelo clásico de lealtad. 

Sigamos ahora con el campo del trabajo. En él, y en la labor intelectual, la novedad tiene un cierto valor. Todo el mundo sabe que estrenar una libreta o un ordenador es algo emocionante. Pero hay que ser constante. Recuerdo que en el colegio siempre nos decían que había que mantener la presentación del primer día hasta el último; que lo importante era trabajar bien, con ganas o sin ganas. Pero no es éste el único campo interesante en el trabajo.

Lo nuevo también aparece en las modas intelectuales, en las maneras de hablar, en los libros que leer, etc. Y el estar a la última puede ser, si sólo es por esa razón, muy dañino. No es lo mismo un descubrimiento –una novedad– que el snobismo intelectual: a ver quién es más original. Algo así pasó, en parte, en el arte, aunque más en el campo visual.
Si nos centramos, ni que sea un momento, en el campo más puramente intelectual, veremos que esa búsqueda de la novedad de nuestra época (en eso se basan en parte las redes sociales más exitosas) puede llevarnos a la pérdida del norte. “Eso se pensaba así antes”, dicen algunos quinceañeros. Y se quedan tan panchos, cuando en realidad no saben muy bien qué están diciendo: ni qué es pensar, ni qué se pensaba, ni qué se piensa ahora. Ni mucho menos, por qué.
Algunos, repito. Otros son sorprendentemente maduros para su edad. Porque la madurez está, entre otras cosas, en preguntarse el porqué de lo que sucede. Volviendo al método de la vacuna, será sencillo para los pies a los chicos cuando quieran hacer o dejar de hacer algo sólo por el mero hecho de que es nuevo.
Sólo quien sabe que la novedad no lo es todo podrá entender que tampoco lo es en lo tecnológico.

(A la legua se ve que todo lo anterior es un fragmento de un libro. Aquí está. Ojalá lo compres, si te ha interesado.)

Añadiríamos ahora, además, que en el trato con Dios lo novedoso tampoco es un valor importantísimo. "Renovarse o morir" es algo muy relativo: la novedad del amor sí la compro, pero no la locura de buscar constantemente nuevas emociones o sensaciones, o, mejor dicho, la sensación de lo nuevo. 
Dios es viejo, como canta Paul Simon ("God is old, He made the mold", dice aquí)


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