Ya lo cantaba Queen, hace unos añitos, condensando a la perfección cómo ha llegado a fijarse en palabras este cambio de valores: “I want it all, and I want it now!”, lo quiero todo, y lo quiero ahora. Más claro, el agua.
Ya hemos hablado hace nada de lo nuevo como valor supremo.
Tiene que ver con esto, naturalmente, pero aquí se quiere hacer referencia a la necesidad de que los procesos sean instantáneos.
¿De dónde sale esa aspiración? Del mismo modo natural de actuar que tenemos. Decían los clásicos de la teoría del conocimiento que el conocer es un acto, no un proceso. La mente conoce al momento, no por proceso: “ahora lo veo”. Por supuesto: hay que ayudar al intelecto a funcionar, allanando el camino (abstrayéndose de todo, concentrándose, etc.) pero la cabeza funciona de golpe, como los sentidos. (A los ojos no hay que ayudarles a ver. Sí, a mirar. Pero eso es harina de otro costal).
Además, la relación de conceptos, que es otra cosa, es también algo muy rápido, casi instantáneo. En eso
nos basamos. Queremos exportar a nuestro trabajo exterior –ayudados de la informática– nuestra manera
mental de funcionar. Así, una palabra nos trae a la imaginación y a la memoria varias imágenes, y estas,
otras ideas, etc… Y todo, casi instantáneamente. Por eso los buscadores como Google dan el dato de cuántas páginas han hallado en cuántos segundos. Y uno lo mira y se sorprende: ¡Caray, qué rápido! Por eso, cuando el ordenador va lento (lento para nosotros), uno se molesta; o cuando el teléfono tarda en cargarse.
Se corre el riesgo de perder de vista la temporalidad natural. Mientras no ocurra esto, no hay problema. Por ejemplo: un embarazo humano, nueve meses. La naturaleza es tenaz.
Lo malo es que esa mentalidad debe estar regida, para ser auténticamente útil y no una pérdida de tiempo, por una disciplina mental de la que pocos gozan en la actualidad. Lo bueno, que esa mentalidad se puede adquirir, con lo que se logra disfrutar de los beneficios de la velocidad sin caer en los peligros que tiene buscar el “ya” en todos los campos.
Lo malo es que esa mentalidad debe estar regida, para ser auténticamente útil y no una pérdida de tiempo, por una disciplina mental de la que pocos gozan en la actualidad. Lo bueno, que esa mentalidad se puede adquirir, con lo que se logra disfrutar de los beneficios de la velocidad sin caer en los peligros que tiene buscar el “ya” en todos los campos.
Analicemos brevemente esta actitud en el trabajo y el amor.
Algo de lo que ahora sigue hemos dicho antes, en referencia al trabajo. La búsqueda de la novedad y la de
la instantaneidad son muy similares. Los chicos deben aprender que, como se dice en castellano castizo, “no se ganó Zamora en una hora”. La labor intelectual tiene unos métodos, que conviene aprender.
Es lógico, por otra parte, buscar aprender cuantas más cosas mejor, pero esto tiene un límite. Por ejemplo,
la línea que separa el deseo de saber de su correspondiente vicio: la curiosidad malsana. No es obligatorio estar al día de todo siempre, o saberlo todo de todos. Por respeto, a veces; y por limitación mental o temporal, la mayoría. Si, por ejemplo, uno oye una palabra que desconoce, hay que tener en cuenta, como mínimo, que no es obligatorio buscarlo ya, en el acto.
Así, poco a poco, se pasa del “no es necesario” al “es posible” para acabar en el “es tonto perder la cabeza
buscando no sé qué datos que no me aportan nada más que la satisfacción instantánea de una pequeña curiosidad que, con el tiempo, acaba reconociéndose como tonta".
Educar esto es cansado, porque se trata de enseñar a los chicos que “la paciencia es la madre de la ciencia”; que si no te sale el ejercicio ya, hay que revisarlo; que leer un libro –en especial, si no te gusta– cuesta lo suyo, porque uno va a la velocidad que va; que no todo es instantáneo en el estudio. Concreción utilísima: ayudar a los hijos a acabar los deberes siempre. El motivo de dejarlos inacabados suele ser el cansancio, o la renuncia porque a uno no le sale y necesita seguir hasta acabar.
la instantaneidad son muy similares. Los chicos deben aprender que, como se dice en castellano castizo, “no se ganó Zamora en una hora”. La labor intelectual tiene unos métodos, que conviene aprender.
Es lógico, por otra parte, buscar aprender cuantas más cosas mejor, pero esto tiene un límite. Por ejemplo,
la línea que separa el deseo de saber de su correspondiente vicio: la curiosidad malsana. No es obligatorio estar al día de todo siempre, o saberlo todo de todos. Por respeto, a veces; y por limitación mental o temporal, la mayoría. Si, por ejemplo, uno oye una palabra que desconoce, hay que tener en cuenta, como mínimo, que no es obligatorio buscarlo ya, en el acto.
Así, poco a poco, se pasa del “no es necesario” al “es posible” para acabar en el “es tonto perder la cabeza
buscando no sé qué datos que no me aportan nada más que la satisfacción instantánea de una pequeña curiosidad que, con el tiempo, acaba reconociéndose como tonta".
Educar esto es cansado, porque se trata de enseñar a los chicos que “la paciencia es la madre de la ciencia”; que si no te sale el ejercicio ya, hay que revisarlo; que leer un libro –en especial, si no te gusta– cuesta lo suyo, porque uno va a la velocidad que va; que no todo es instantáneo en el estudio. Concreción utilísima: ayudar a los hijos a acabar los deberes siempre. El motivo de dejarlos inacabados suele ser el cansancio, o la renuncia porque a uno no le sale y necesita seguir hasta acabar.
En cuanto a la educación en el campo del amor, también tiene mucha importancia, porque entra el juego el valor de la espera. No me refiero solamente al amor de pareja, sino también a la amistad. Los adolescentes, por ejemplo, no saben distinguir cuándo llega el momento en el que uno tiene mayor o menos intimidad o confianza.
En cuanto al amor conyugal o de pareja –que, obviamente, se educa antes de que llegue el momento– es especialmente importante el valor de la espera. El noviazgo es una escuela de virtudes, o de desengaños y
sustos. El ejemplo y la palabra de los padres son muy importantes. También en este preciso campo vale la
pena hacer pensar a los chicos y escuchar su manera de ver: una película, una serie, etc…
En cuanto al amor conyugal o de pareja –que, obviamente, se educa antes de que llegue el momento– es especialmente importante el valor de la espera. El noviazgo es una escuela de virtudes, o de desengaños y
sustos. El ejemplo y la palabra de los padres son muy importantes. También en este preciso campo vale la
pena hacer pensar a los chicos y escuchar su manera de ver: una película, una serie, etc…
(A la legua se ve que todo lo anterior es un fragmento de un libro. Aquí está. Ojalá lo compres, si te ha interesado.)
Añadiríamos ahora, además, que en el trato con Dios el "ahora, ya" tampoco es un valor importantísimo. Las cosas de palacio van despacio, dicen. Y las de Dios, a su ritmo. Los santos lo saben. Hay que ir al paso de Dios, que tiene un andar diferente al nuestro.
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