Alguno quizás piense que podríamos oportunamente hablar del budismo y su teoría del yo como causante absoluto del dolor por el mero hecho de existir. Un resumen que he encontrado en un artículo que me ha mostrado que, con lo poco que sé del budismo, me basta para lo que nos ocupa hoy:
En efecto, las escuelas budistas consideran que el Yo es algo inexistente, un trampantojo o ilusión, además de una ficción perjudicial para el equilibrio de los individuos y de la sociedad: el Yo es la principal fuente del deseo y el deseo es la causa del sufrimiento.
El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar.
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1).
«No podían existir dos idealizaciones más opuestas que un santo cristiano de una catedral gótica y un santo budista de un templo chino. La oposición se evidencia en cada punto; pero tal vez la prueba más corta sea que el santo budista siempre tiene los ojos cerrados mientras que el santo cristiano siempre los tiene bien abiertos. El cuerpo del santo budista es fino y armonioso, pero la pesadez de sus ojos la sella el sueño. El cuerpo del santo medioeval se ha consumido hasta los huesos, pero sus ojos son terriblemente vivos. No puede existir ninguna real afinidad de espíritu entre fuerzas que producen símbolos tan distintos. Concediendo que ambas imágenes sean extravagancias, corrupciones del credo puro, aún, debe existir una divergencia real que provoque extravagancias tan opuestas. El budista, con peculiar intensidad mira hacia dentro. El cristiano, tiene la mirada fija hacia afuera con una intensidad peculiar. Si seguimos firmemente esta pista encontraremos algunas cosas interesantes. La señora Bésant hace poco tiempo anunció en un interesante ensayo, que en el mundo sólo existía una religión, que todos los credos son versiones o desfiguraciones de ella y que se hallaba dispuesta a decir cuál era esa religión. Según la señora Bésant, esa iglesia universal simplemente es el "yo" universal. Es la doctrina según la cual todos somos realmente una sola persona; que no hay un muro individual entre hombre y hombre. Si puedo expresarlo así, la señora Bésant no nos dice que amemos a nuestros vecinos; nos dice que seamos nuestros vecinos. Esta es la meditada y sugestiva descripción que la señora Bésant nos hace de la religión según la cual todos los hombres deben hallarse en armonía. Y nunca en mi vida había oído una sugerencia con la que me hallara en más violento desacuerdo. Quiero amar a mi vecino no porque él sea yo sino precisamente porque él no es yo. Quiero amar al mundo no como se ama a un espejo porque es uno mismo sino como se ama a una mujer porque es enteramente diferente. El amor es posible si las almas están separadas. Si las almas están unidas el amor es evidentemente imposible».
Pues entonces ¿por qué caminos va esto de la desinyoxicación? ¿A qué nos referimos? Quizás se trata, más bien, de usar el yo para los demás, para los otros. El yo es secundario. Terciario, en el fondo.
"—Guitton, ha distinguido usted el Absoluto que es Dios del Absoluto que no es Dios. Éste ha sido su primer paso. ¿Cuál va a ser el segundo?—Éste, Pascal: afirmo que todo el mundo admite el Absoluto.—Es seguro?—Esto se demuestra por una inducción perfecta. Coja una tras otra las diversas escuelas de pensadores que podemos considerar ateos y vea cómo admiten el Absoluto. Los materialistas conciben la materia como un Absoluto no engendrado e imperecedero o como un Devenir eterno o como una Muerte inmortal o también como una Vida universal o una Naturaleza infinita, pero siempre como un principio primero, radical e irreductible en ninguna otra cosa: el Absoluto. En cuanto a los idealistas, reducen la materia a ser nada más que un correlato del espíritu y, entonces, para ellos el Espíritu o el Yo o la Razón son como el Absoluto.—Para terminar, Guitton, ¿qué piensa usted de los escépticos?—Ellos dudan entre varias ideas del Absoluto. Eso demuestra que no dudan sobre el Absoluto mismo.—¿Hay otro tipo de candidatos al ateísmo?—No, Pascal.—Entonces la inducción es perfecta. Pero me queda una preocupación acerca del escéptico. ¿Y si dudara realmente del Absoluto en vez de simplemente vacilar entre varias ideas del Absoluto?—En tal caso, Pascal, admitiría por añadidura la hipótesis de que sólo pueden subsistir la ilusión del ser y la nada. Esto sería el nihilismo.—Pero, en este último caso, Guitton, ya no habría Absoluto.—Al contrario. La nada llevaría inmediatamente una mayúscula y estaríamos en presencia de una metafísica nihilista donde el Absoluto estaría concebido como Nada. Una Nada que no sería nada y que no sería probablemente lo que entendemos por esa palabra.—Y, por consiguiente, todo el mundo admite el Absoluto. Pero, perdóneme, querido Guitton, tengo otra duda. ¿Y los que no quieren Absoluto? ¿Qué pasa con ellos?—Hay que distinguir. O bien se han rebelado contra el Absoluto y, por tanto, no lo admiten como real, sin por ello querer amarlo u obedecerlo (primer caso); o bien se imaginan que su rechazo podría impedir ser al Absoluto, y en este caso imaginan su voluntad como un Absoluto que sería la Voluntad con mayúscula. Con lo cual admiten también como real un Absoluto: la Voluntad (segundo caso); o bien (tercer caso) quieren simplemente que no haya Absoluto pero, entonces, o es un deseo ineficaz y estamos de nuevo en el primer caso, o es más que eso y volvemos al segundo caso."
"¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mt 16, 26)
«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» (I, 1, 1). La lejanía de Dios equivale, por tanto, a la lejanía de sí mismos. «Porque tú —reconoce Agustín (Confesiones, III, 6, 11)— estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío», interior intimo meo et superior summo meo; hasta el punto de que, en otro pasaje, recordando el tiempo precedente a su conversión, añade: «Tú estabas, ciertamente, delante de mí, mas yo me había apartado de mí mismo y no me encontraba» (Confesiones, V, 2, 2)
No eres feliz, porque le das vueltas a todo como si tú fueras siempre el centro: si te duele el estómago, si te cansas, si te han dicho esto o aquello…—¿Has probado a pensar en El y, por El, en los demás? (Surco 74)
Aspiración: Que sea yo bueno, y todos los demás mejores que yo.
Mío, mío, mío…, piensan, dicen y hacen muchos. ¡Qué cosa más molesta! Comenta San Jerónimo que verdaderamente, lo que está escrito: para buscar excusas a los pecados (Ps CXL, 4), se realiza en esta gente que, al pecado de soberbia, añade la pereza y la negligencia.
Es la soberbia la que conjuga continuamente ese mío, mío, mío… Un vicio que convierte al hombre en criatura estéril, que anula las ansias de trabajar por Dios, que le lleva a desaprovechar el tiempo. No pierdas tu eficacia, aniquila en cambio tu egoísmo. ¿Tu vida para ti? Tu vida para Dios, para el bien de todos los hombres, por amor al Señor. ¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo: y saborearás la alegría de que, en este negocio sobrenatural, no importa que el resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar. Lo esencial es entregar todo lo que somos y poseemos, procurar que el talento rinda, y empeñarnos continuamente en producir buen fruto.
4. Porque, claro, al final el mundo de aquí es la primera parte solamente: esto se acaba y hay que llegar a la segunda parte por todo lo alto. De ahí que, en el punto 1050 del capítulo "Eternidad" de Forja, señale san Josemaría dónde —en qué cosas— no conviene centrarse, y en Quién sí:
No pongas tu "yo" en tu salud, en tu nombre, en tu carrera, en tu ocupación, en cada paso que das… ¡Qué cosa tan molesta! Parece que te has olvidado de que "tú" no tienes nada, todo es de El.
Cuando a lo largo del día te sientas —quizá sin motivo— humillado; cuando pienses que tu criterio debería prevalecer; cuando percibas que en cada instante borbota tu "yo", lo tuyo, lo tuyo, lo tuyo…, convéncete de que estás matando el tiempo, y de que estás necesitando que "maten" tu egoísmo.
5. En el fondo, se trata de reconocer que uno es uno, pero que es, ni más ni menos, que el que es ante Dios. Es decir, que ese uno más vale que sea reconocible por Dios, su creador. Terrible cosa desnaturalizarse tanto que tu propio creador no te reconozca. Así lo apunta Jesús mismo:
Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: "¡Señor, ábrenos!" Y os responderá: "No sé de dónde sois." (Lc 13, 23-25)
O, como dice el Apocalipsis —último libro de la Biblia—, más vale que responda uno al nombre que aparece en la simbólica piedra que dará Dios a quien venza.
El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré del maná escondido y le daré una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita un nombre nuevo, el cual nadie conoce sino aquel que lo recibe”». (Ap, 2:17)
Señor, que desde ahora sea otro: que no sea "yo", sino "aquél" que Tú deseas.
—Que no te niegue nada de lo que me pidas. Que sepa orar. Que sepa sufrir. Que nada me preocupe, fuera de tu gloria. Que sienta tu presencia de continuo.—Que ame al Padre. Que te desee a Ti, mi Jesús, en una permanente Comunión. Que el Espíritu Santo me encienda. (Forja, 122)
A lo largo de los años, he procurado apoyarme sin desmayos en esta gozosa realidad. Mi oración, ante cualquier circunstancia, ha sido la misma, con tonos diferentes. Le he dicho: Señor, Tú me has puesto aquí; Tú me has confiado eso o aquello, y yo confío en Ti. Sé que eres mi Padre, y he visto siempre que los pequeños están absolutamente seguros de sus padres. Mi experiencia sacerdotal me ha confirmado que este abandono en las manos de Dios empuja a las almas a adquirir una fuerte, honda y serena piedad, que impulsa a trabajar constantemente con rectitud de intención. (143 del libro Amigos de Dios, en "El trato con Dios").
Acto de identificación con la Voluntad de Dios: ¿Lo quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero! (Camino, 762)
No pretendíamos agotar el tema, lógicamente. Pero quedan dichas ya algunas cosas sobre la desinyoxicación.
Ojalá las pongamos en práctica cuanto antes, con la ayuda del Dios que es Familia: Trinidad.
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