Cuento breve (y metáfora quizá aleccionadora sobre qué sea en política una cortina de humo)

Una compañía aérea de tres al cuarto ha programado con gran ilusión una campaña de vuelos económicos con la que piensa hacer el agosto. 
Para disimular los recortes, compran 200 botellas de un cava tirando a malillo y lo ponen en unas neveras que, sin advertirlo nadie, llevan dos semanas apagadas. 
Llegado el gran día, los clientes acuden en masa al aeropuerto. Cuando Cífero, afamado director de la gestión, ordena que se sirva el refrigerio, se descubre el pastel. 
Paco ha sido el encargado de ir a buscar la bebida, y vuelve preocupado por su empleo, más que por sus clientes. Maldice su suerte entre dientes y, armado de un valor menguante, mira a su jefe y explota: 
—Las neveras estaban desconectadas, Cífero —Después de un torpe y breve silencio, concluye, con sinceridad plena—: Vaya cagada. 
—Pues sí —musita, con el puño entero en la boca—. No sé a quién no voy a despedir hoy. Pero ahora hay que acabar lo que hemos empezado. Cierra el aeropuerto. Haz sonar las alarmas, y… —Hace una pausa, para que parezca que está pensando en algo parecido a un plan—. ¿Sabes poner voz grave?
—Pues sí —responde Paco en un intento fallido de dar peso a su voz. Un efímero gallo acude al final de su “sí”. 
Con algo parecido a una sonrisa triste, Cífero prosigue:
—Bueno. Pon la alarma del aeropuerto. Dile a dos o tres que se pongan chalecos amarillos reflectantes y que echen a todos. Luego coge el megáfono y lee un mensaje de incendio.
—¿"Rogamos desalojen..." y eso? —pregunta Paco, convencido de que esta vez acierta. 
—Eso es —Cífero ya no está atento a lo que responde, cuando añade—: Yo iré a quemar un par de ruedas. Necesitamos humo y mal olor. 
Dicho esto, con la determinación y aplomo propios de todo un empresario renombrado, echa andar por la pista principal, dejando atrás a los cientos de pasajeros cuyas voces han empezado ya a chillar obscenidades.

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