La excelencia equitativa (Aristóteles, Celaá y los cambios de palabras de los tiranos)

(Entrada antigua y desafasada en su actualidad. Mejor, que así queda de relieve lo que sobrevive al tiempo)
Excelencia empresarial: 10 claves actuales - Gestión del talentoAristóteles, ese gran filósofo. Fue preceptor de Alejandro Magno, el gran conquistador. O conquistador de un gran imperio, cuando menos. He leído hoy lo que decía Charles de Gaulle: que, detrás de cada victoria de Alejandro Magno, se escondía la educación de Aristóteles. No sé yo.
Lo que sí sé es lo que dice en su Política a la hora de explicar cómo los tiranos suelen mantener el poder. Métodos demasiado actuales. Y no sólo lo sé sino que lo voy a copiar en un rato, porque me ha venido a la cabeza últimamente al escuchar a nuestra ministra de Educación. 
Pero vayamos por partes. 

Su controvertida ley une dos aspectos muy interesantes y buenos: la excelencia y la equidad. Sin duda: en muchos aspectos, conviene fomentar la equidad en la educación. Y la excelencia, cómo no. 
Lo que no se puede hacer es un forzar las palabras para que todo sea maravilloso y perfecto. 
Vamos a leerlo en sus palabras, porque aquí va un fragmento de una relativamente antigua entrevista a la ministra Celaá (o entera.)

La ley incide en que es una educación “de excelencia y equitativa”. ¿Ha estado el debate español condicionado por la idea de que ambas cosas son mutuamente excluyentes? 
R. Así es. Veo que usted conoce bien la dinámica del debate educativo español, cuando en realidad lo uno se complementa con lo otro para crear ese círculo virtuoso necesario para avanzar en la educación. La excelencia no es ni más ni menos que cada alumno y alumna pueda desarrollarse al máximo, de acuerdo con su talento. Y la equidad es dar a cada uno lo que le corresponde, pero también lo necesario para que ninguno se quede atrás. Ningún país puede permitirse el lujo de prescindir de parte de su talento, y la equidad forma parte de la excelencia.

No haría falta ni siquiera buscar en el diccionario -pero eso hemos hecho- para darse cuenta de en qué se equivoca la ministra. "Desarrollarse al máximo de acuerdo con su talento". Precioso. Contiene alguno de los elementos de la excelencia ("al máximo"), pero se equivoca al acabar la frase. 
La excelencia es un superlativo absoluto: el mejor de todos. No es, por tanto, relativo a "su talento": no es el mejor que yo puedo ser. 
Podría poner mil ejemplos, pero me ha venido a la mente esto: Pavarotti, durmiendo y bostezando, canta mejor que Bustamante. Ambos tienen talento, pero no procede equipararlos: él tiene un talento excelente; Bustamante no. 
La excelencia, por mucho que diga la ministra, es "la superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo". Superior. Por encima de. Eso implica, sin duda, que no somos iguales en calidad... y no pasa nada. 
O se decía hasta ahora. 

Se dirá que lo que conviene es ser iguales todos. Y es verdad, pero hay que distinguir. Si no, se genera una confusión muy peligrosa. 
Hay que hacer una distinción entre igualdad en dignidad personal, por una parte, y en capacidad o talento, que genera una diversa dignidad de oficio o social. No todos tenemos la misma función...
—Todos tenemos talento —insisten.
Correcto, pero no los mismos. Ni en el mismo grado: no todos serán (seremos) escritores. Ni todos ellos, Shakespeare. 

Hay, sin duda, otra opción que explique su "error": hagamos como los tiranos de los que habla Aristóteles en su Política, Libro VIII, capítulo noveno. Ahí va.
"Por lo que hace a las tiranías, se sostienen de dos maneras absolutamente opuestas; la primera es bien conocida y empleada por casi todos los tiranos. A Periandro de Corinto se atribuyen todas aquellas máximas políticas de que la monarquía de los persas nos presenta numerosos ejemplos. Ya hemos indicado algunos de los medios que la tiranía emplea para conservar su poder hasta donde es posible. Reprimir toda superioridad que en torno suyo se levante; deshacerse de los hombres de corazón; prohibir las comidas en común y las asociaciones; ahogar la instrucción y todo lo que pueda aumentar la cultura; es decir, impedir todo lo que hace que se tenga valor y confianza en sí mismo; poner obstáculos a los pasatiempos y a todas las reuniones que proporcionan distracción al público, y hacer lo posible para que los súbditos permanezcan sin conocerse los unos a los otros, porque las relaciones entre los individuos dan lugar a que nazca entre ellos una mutua confianza". 
Prefiero pensar que la ministra y sus ayudantes, pese a su deficiente visión de la excelencia como algo necesariamente elitista y egoísta, actúan de buena fe. Porque sería terrible que actuaran como los tiranos... porque lo fueran. 

Sin embargo, y sería muy cruel si no lo dijera, cabe entender la equidad como algo parecido a lo que la ministra señala: el hecho de que no dejemos a nadie atrás dentro de lo posible. Dar medios para que quien quiera, pueda. Otra cosa, muy diferente, es hacer pasar a todos por el canal.  
En la entrevista, ella misma señala -sin decir nombres- algunos casos "de niños y niñas o adultos que en la escuela funcionaron con suspensos o dificultades en el aprendizaje y hoy son grandes profesionales". 
No sé cómo no se da cuenta de que eso mismo invalida su teoría de que todos han de pasar por el colegio y triunfar. 
Evitemos el fracaso a toda costa, parece decir. No sea que les haga espabilar. No sea que les haga darse cuenta de que no todos tenemos los mismos talentos, y eso no nos hace peores. Ni mejores. 

Vamos por fin a decirlo claro: la educación y la enseñanza escolar no son lo mismo, y ¡qué difícil es enseñar a un maleducado!). La dignidad moral (otro tipo) de una persona la da no la enseñanza (las mates que sabe, resumiendo) sino la habilidad ética: las virtudes o valores aplicados en el servicio de la sociedad. ¡Cuántas lecciones de dignidad y humanidad he recibido yo de los niños, o de gente sin letras... pero con más cultura de la buena que pijotontos sabelotodos con master en ESADE (o IESE o donde cada uno queira)! Pero es que conocimiento y sabiduría no son lo mismo.
¿El ideal? Gente excelente en enseñanza con una excelente educación: sus talentos plenamente desarrolados al servicio de la sociedad. Me temo que de lo segundo no se debe ocupar el colegio. Y mucho menos el estado.

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