Releyendo La Odisea en 2024: Canto IV (Sobre el realismo al conocer y expresar bien los estados de ánimo: hay bien y mal)

Empecemos con un breve resumen del Canto IV.
Telémaco y Pisístrato visitan a Menelao en Lacedemonia, quien les habla de su dolor por los que murieron en Troya, y especialmente por Ulises. Helena, su esposa, reconoce a Telémaco. A la mañana siguiente, Telémaco le cuenta a Menelao sus problemas con los pretendientes, y le pregunta si tiene noticias de Odiseo. Menelao narra cómo, durante su regreso de Troya, él y sus hombres quedaron varados en una isla sin viento y cómo pudo salir, y, además, le informa de que su padre, Odiseo, está prisionero en la isla de Calipso. Mientras tanto, en Ítaca, los pretendientes se enteran del viaje de Telémaco a Pilos y planean emboscarlo de camino a casa. Penélope se entera de sus planes y del viaje de Telémaco, y se aflige. Pide ayuda a Atenea, que la visita en un sueño como su hermana. Le asegura que protegerá a Telémaco, aunque no puede decirle nada sobre Odiseo.

Es un canto del que, de nuevo, podemos sacar buenas lecciones sobre realismo en la vida y sobre inteligencia emocional. Por partes. 
Primero, veremos algunas reacciones emocionales de los personajes. Son prudentes: conocen sus sentimientos, sus causas, y actúan con una racionalidad fina muy interesante, de la que se puede aprender. 
Después, para acabar, comentaremos algunos aspectos sobre el realismo en la vida. En concreto, sobre la presencia del mal en la vida de los hombres, sean de la edad que sean.


Para comenzar con las reacciones, me llamó la atención la reacción del joven Telémaco al ver la opulencia deslumbrante del palacio de Menelao. Y me encanta la respuesta del rey, llena de cordura. Ahí van unos fragmentos suculentos: 
Echaron luego mano a los alimentos colocados delante, y después que arrojaron el deseo de comida y bebida, Telémaco  habló  al  hijo  de  Néstor  acercando  su  cabeza  para  que  los  demás  no  se  enteraran: 
—Observa, Nestórida  grato  a  mi  corazón,  el  resplandor  de  bronce  en  el  resonante palacio, y el del oro, el electro, la plata y el marfil. Seguro que es así por dentro el palacio de Zeus Olímpico. ¡Cuántas cosas inefables!, el asombro me atenaza al verlas.
El rubio Menelao se percató de lo que decía y habló aladas palabras: 
—Hijos míos, ninguno de los mortales podría competir con Zeus, pues son inmortales su casa y posesiones; pero de los hombres quizá alguno podría competir conmigo —o quizá no— en riquezas; las he traído en mis naves —y llegué al octavo año— después de haber padecido mucho  y andar errante mucho tiempo (...). Mientras  andaba  yo  errante  por  allí,  reuniendo  muchas riquezas, otro mató a mi hermano a escondidas, sin que se percatara, con el engaño de su funesta  esposa. Así que reino sin alegría sobre estas riquezas. Ya habréis oído esto de vuestros padres, quienes quiera que sean, pues sufrí muy mucho y destruí un palacio muy agradable para vivir que contenía muchos y valiosos bienes. ¡Ojalá habitara yo mi palacio aún con un tercio de estos, pero estuvieran sanos y salvos los hombres que murieron en la ancha Troya lejos de Argos, criadora de caballos. Y aunque lloro y me aflijo a menudo por todos en mi palacio, unas veces deleito mi ánimo con el llanto y otras descanso, que pronto trae cansancio el frío llanto. Mas no me lamento tanto por ninguno, aunque me aflija, como por uno que me amarga el sueño y la comida al recordarlo, pues ninguno de los aqueos sufrió tanto como  Odiseo sufrió y emprendió.

Telémaco está alucinado —joven como es "y falto de palabras y acciones", como es definido en este mismo Canto IV— con la riqueza de lo que ve. Se conoce que a Telémaco le da cosa su propia reacción, porque dice esto "acercando su cabeza para que los demás no se enteraran".  De nada le sirve: Menelao, prudente y adulto, se da cuenta de que está apantallado por... cosas que no debería. Y le explica dos cosas muy interesantes para comprender el papel recto de las riquezas en la vida de un hombre sensato: primera, las ha ganado con esfuerzo y pesares; segunda, no las disfruta, porque lo que  llena es estar con las personas queridas, y algunas de ellas murieron.
Dinero por dinero, dinero al cuadrado... e infelicidad a la larga. 
Dinero para los demás. Para mí para los demás. Yo con los demás y para los demás. Y así.

Una segunda bonita lección puede extraerse de este mismo discurso de Menelao : la normal aceptación del dolor y las lágrimas que suelen venir con él, con sus límites.
Y aunque lloro y me aflijo a menudo por todos en mi palacio, unas veces deleito mi ánimo con el llanto y otras descanso, que pronto trae cansancio el frío llanto
De sobras sé que nadie habla así: pero así es como se habla. Eso hacen los clásicos: decir bien lo que hay que decir bien. A saber: que está bien llorar y afligirse; que las lágrimas consuelan, pero que hay que ponerles límites también a estas, porque el frío llanto trae cansancio. Ahora nos lo recuerda Pixar y su InsideOut, pero ya Homero sabía cómo gestionarse.
La naturaleza es sabia, y, con el tiempo y una buena digestión de los motivos, se calma el dolor cuando ha sido bien llorado. Dicho de otra manera, negativa: no es bueno fomentar una y otra vez el dolor, recordar voluntariamente los males. Se llora cuando duele, pero llega un momento en que ya no duele: porque se ha olvida, porque se ha aceptado, y porque la vida sigue... y hay que vivir. 

Un tercer fragmento ilumina este canto cuarto. Menelao explica a Telémaco su dolor por la pérdida de Odiseo. Todavía no sabe que es Telémaco: aun viéndole llorar al contar su historia, no está seguro. 

“y dudaba en su mente y en su corazón, si dejarle recordar a su padre en cada cosa en particular"

Así se duda tantas veces: en la mente y el corazón. No somos solamente seres racionales. Hay pasiones y sentimientos en nuestra vida, que enriquecen nuestro vivir. Y conviene que la razón los guíe. A quien suele llevar esa manera de vivir se le llama prudente y sabio. Es una postura alejada del racionalista frío —que no se deja avisar por la pasión— y del pelele sentimental, que se deja llevar por arrebatos pasionales. 
No es sencillo comportarse así. La conduccción de uno mismo (la conducta, que por eso recibe ese nombre: uno se lleva así) conlleva, en un sencillo símil que entenderán bien los padres si piensan en sus viajes en coche con sus hijos, sentar detrás a los niños gritones y acallarlos: se conduce mejor cuando manda quien ha de mandar. A veces, los gritos molestan. Hay quien apaga la radio cuando quiere concentrase... para aparcar. A veces el sentimiento o pasión tiende a bloquear la racionalidad.
Homero lo dice dos veces en este canto, en boca de Helena y Telémaco:
El asombro me atenazaba al verlas / al contemplarlas

Y, después, Menelao, que usa esta expresión otra vez más adelante:

Y mientras caminaba, mi corazón agitaba muchos pensamientos

En decir: muchos contenidos tiene la cabeza y el corazón, y no es fácil serenarse y pensar bien, pero en ese consiste el acierto: saber que los hay, aceptarlo, descubrir el porqué, poner en buen camino o desechar esos sentimientos, y actuar según lo decidido, con más o menos ganas, pero con cabeza.
Porque, y añado aquí otro fragmento a modo de conclusión, la razón no tiene excusa, aunque la busque a veces, para alejarse de su cometido natural: gobernar. Aunque quiera dejarse llevar y señalar como causa de sus desvaríos a las pasiones, no valen esas razones... que, por el mismo hecho de razonar, muestran que la razón ha de mandar. Por ejemplo, como sucede cuando uno está entristecido, pero encuentra motivos para salir adelante. Veamos lo que dice Menelao, al narrar cómo le dieron razones de esperanza:

Así dijo, y mi corazón y ánimo valeroso se caldearon de nuevo en mi pecho, aunque estaba afligido

No hay excusas que valgan, parece concluir Homero. 



Pasemos ahora al segundo tema de este canto, como anunciábamos al principio: algunos aspectos sobre el realismo en la vida: la presencia del mal en la vida de los hombres.
Impera hoy día, aunque sea en teoría, un relativismo cómodo. Cómodo y falso. 
Cómodo porque de "todo es relativo" se sigue que "no hay bien ni mal absolutos y todo depende de lo que sea. De mí, frecuentemente, asi que no hay de qué preocuparse". En otras palabras: nada hay malo, si lo hago yo. O, como decía un amigo mío: "¿Cómo va a estar mal, si lo hago yo?".
Y falso, por no ajustarse a la realidad. Si a quien sostiene esa postura voy y le arranco el hígado en vivo, seguramente pensará de modo diferente: jurará que estoy haciéndolo mal, aunque se lo arranque de modo técnicamente impecable. Se referirá a algo más que mi salud o su técnica. Al mal moral. 
Vamos ahora a soltar todas las frases que de vez en cuando deberían constar en los libros, por mucho que no nos dé tiempo a razonarlas todas. Sin duda, se pueden redactar de otros modos también:
  1. Hay acciones buenas: hacen buenos a los hombres, así que hay hombres buenos. Hacen a gusto el bien.
  2. Hay acciones malas: hacen malas a los hombres, que vienen a ser hombres malos. Hacen a gusto el mal.
  3. A los hombres malos les molestan las acciones buenas. A los buenos, no. 
  4. Un mal lleva a otro. 
  5. Se tiende a hacer el mal a escondidas de la gente y en silencio. 
Sobre todas ellas se habla en este sencillo canto IV de La Odisea
En un momento dado, los pretendientes de Penélope llegan a conocer —de modo bastante actual y cómico, y ahí dejo la curiosidad del que no lo ha leído— que Telémaco, aquel joven retaco inexperto, sí ha sido capaz de hacer lo que haría un hombre hecho y derecho: de hacerse a la mar acompañado de hombres fuertes en busca de su padre. 
Los pretendientes, en su lógica mala, no se alegran de la madurez: 
se les irritó su noble ánimo. Hicieron sentar a los pretendientes todos juntos y detuvieron sus juegos. Y entre ellos habló irritado Antínoo, hijo de Eupites; su corazón rebosaba negra cólera y sus ojos  se  asemejaban  al  resplandeciente  fuego:  
—¡Ay,  ay,  buen  trabajo  ha  realizado Telémaco arrogantemente con este viaje; y decíamos que no lo llevaría a cabo! Contra la voluntad de tantos hombres un crío se ha marchado sin más, después de botar una nave y elegir los mejores entre el pueblo. Enseguida comenzará a ser un azote. ¡Así Zeus le destruya el vigor antes de que llegue a la plenitud de la juventud Conque, ea, dadme una rápida nave y veinte compañeros para ponerle emboscada y esperarle cuando vuelva en el estrecho entre Itaca y la escarpada Same. Para que el viaje que ha emprendido por causa de su padre le resulte funesto. 
Así dijo, y todos aprobaron sus palabras y lo apremiaban. 
Todo joven debe saber, sin que llegue este conocimiento a amargarle la vida, que el mal existe. En su propia vida. Y como sujeto agente y paciente: él lo hará, y también lo recibirá, le guste o no.
El misterio del mal es uno de los asuntos más inquietantes. Pero no conviene negarlo, ni por comodidad, ni por simpleza, ni por ceguera, ni por orgullo. 
Uno de mis amigos me hizo una recomendación bien valiosa: "cuando no sepas por qué alguien hace algo malo que te perjudica, piensa en ti y tus errores". 
San Agustín gasta tinta y más tinta en la búsqueda de razones a su adolescente robo de las peras. 

Quedémonos, sin embargo, con la parte positiva: aun habiendo mal, es posible hacer el bien. Y hay quien busca hacerlo a toda costa, también.
Y es muy necesario, a pesar de todo.

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