Releyendo La Odisea en 2024: Canto V (Sobre el amor y el querer y el lecho matrimonial)

En el Canto V, los dioses deciden liberar a Odiseo, quien ha estado cautivo en la isla de la ninfa Calipso durante siete años. Hermes lleva el mensaje de Zeus a Calipso, ordenándole dejar ir a Odiseo. Aunque reticente, Calipso accede y ayuda a Odiseo a construir una balsa para partir. Después de zarpar, Poseidón desata una tormenta que destruye la balsa, pero la diosa Leucótea lo salva dándole un velo mágico. Finalmente, Odiseo llega a la isla de los feacios, exhausto y solo.

En el diálogo con Calipso podemos encontrar alguna lección aprovechable, y absolutamente actual. Ni más ni menos que las relaciones sexuales y el consentimiento. La unión amor-cama.

Cuando Hermes llega a la isla donde Calipso —hermosa ninfa— tiene atrapado a Odiseo, no lo encuentra:
Pero no encontró dentro al magnánimo Odiseo, pues este, sentado en la orilla, lloraba donde muchas veces, desgarrando su ánimo con  lágrimas, gemidos y pesares, solía contemplar el estéril mar. 
Vamos a decirlo de modo provocativo. Desde el punto de vista puramente materialista y hedonista, la cosa es extraña. Una ninfa hermosa te ha prometido hacerte inmortal si estás (en sentido amplio y carnal) con ella. Y tú te dedicas a llorar por tu mujer y tus hijos. ¡Qué insensatez! Ahora bien, en positivo: ¡menuda maravilla! Es, como mínimo, un alegato a la fidelidad y la familia muy notable. 
Vamos a ver todo eso: esa unión de amor y cama, como dirá en breve la Odisea. 

Calipso, oídas las órdenes —"devolver" a Odiseo, puesto que lo ha robado y "su destino no es morir lejos de los suyos, sino ver a los suyos y regresar a su casa de elevado techo y a su patria"—, obedece, no sin antes explicar su punto de vista, que no parece malo del todo:
—Sois, oh dioses, malignos y celosos como nadie, pues sentís envidia de las diosas que no se recatan de dormir con el hombre a quien han tomado por esposo. (...) cuando Deméter, la de hermosas trenzas, cediendo a los impulsos de su corazón, juntóse en amor y cama con Yasión en una tierra noval labrada tres veces, Zeus, que no tardó en saberlo, mató al héroe hiriéndole con el ardiente rayo, y así también me tenéis envidia, oh dioses, porque está conmigo un hombre mortal; a quien salvé cuando bogaba solo y montado en una quilla, después que Zeus le hendió la nave, en medio del vinoso ponto, arrojando contra la misma el ardiente rayo. Allí acabaron la vida sus fuertes compañeros; mas a él trajéronlo acá el viento y el oleaje. Y le acogí amigablemente, le mantuve y díjele a menudo que le haría inmortal y libre de la vejez por siempre jamás.  
No es así para Odiseo, que, recordamos, echaba de menos a su mujer... y no amaba a Calipso. 
No se habían secado sus ojos del llanto, y su dulce vida se consumía añorando el regreso, puesto que ya no le agradaba la ninfa, aunque pasaba las noches por la fuerza en la cóncava cueva junto a la que lo amaba sin que él la amara. Durante el día se sentaba en las piedras de la orilla desgarrando su ánimo con lágrimas, gemidos y dolores, y miraba al estéril mar derramando lágrimas.
En palabras actuales, fuertes y rotundas, era violado cada noche. Quizás mejor no decirlo así.
Avancemos.  
Calipso lo intenta una vez más:
Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo, rico en ardides, ¿así que quieres marcharte enseguida a tu  casa y a tu tierra patria? Vete enhorabuena. Pero si supieras cuántas tristezas te deparará el destino antes de que arribes a tu patria, te quedarías aquí conmigo para guardar esta morada y serías inmortal por más deseoso que estuvieras de ver a tu esposa, a la que continuamente deseas todos los días. Yo en verdad me precio de no ser inferior a aquélla ni en el porte ni en el natural, que no conviene a las mortales jamás competir con las inmortales ni en porte ni en figura.» 
Pero Odiseo —y aquí están las palabras más destacables de este canto, en mi opinión— no se da por vencido y explica lo que su corazón guarda como llama esperanzadora, paralela a la de Penélope, fiel esposa:
«Venerable diosa, no te enfades conmigo, que sé muy bien cuánto te es inferior la discreta  Penélope en figura y en estatura al verla de frente, pues ella es mortal y tú inmortal sin vejez. Pero aun así quiero y deseo todos los días marcharme a mi casa y ver el día del regreso. Si alguno de los dioses me maltratara en el ponto rojo como el vino, lo soportaré en mi pecho con ánimo paciente; pues ya soporté muy mucho sufriendo en el mar y en la guerra. Que venga esto después de aquello.» 
Así dijo. Me echen lo que me echen, soportaré por amor a mi esposa y casa.
San Juan Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento a sus esposas: 
“Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no es nada, te ruego, te pido y hago todo lo posible para que de tal manera vivamos la vida presente que allá en la otra podamos vivir juntos con plena seguridad. [...] Pongo tu amor por encima de todo, y nada me será más penoso que apartarme alguna vez de ti”  
Así de hermoso lo explica el Catecismo en su punto 2365.

Sigamos.
Los versos siguientes del canto V llaman la atención: al día siguiente, Odiseo será libre, pero esa noche nada ha cambiado: 
El sol se puso y llegó el crepúsculo. Así que se dirigieron al interior de la cóncava cueva a deleitarse con el amor en mutua compañía. 
¿Qué ha pasado aquí? Que es "una mutua compañía" ficticia: Odiseo está allí de cuerpo presente, forzado.
No se me escapa que, en la mayoría de ocasiones, el que fuerza es un dios a una mujer. Lo mismo entonces que ahora: macho alfa dominante. No todos los que van a la cama están ahí porque quieren. 

Ante esto último, y todo lo dicho arriba, se alza el matrimonio que el cristianismo propone, al que estos pasajes de la Odisea recuerdan. De nada sirve la crítica fácil: "no funciona a veces"; porque sí sirve, como tantas otras se ha visto. No abundaremos ahora, pero, sencillo o no, es fácil de decir: se puede subir a esa montaña, aunque no de todo modo, sino, como mínimo, como está marcado en los mapas. Metáfora sencilla que dejo por resolver al inteligente lector.

Vamos ahora a exponer algunos puntos, subrayando lo que consideramos fundamental, y comentando de mínimamente algún matiz. 

Primero, la definición de matrimonio que da el Catecismo de la Iglesia:
1601 "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC can. 1055, §1)
Sin embargo, hay mal. Real. Concreto. 
Por eso el Catecismo avanza y explica cómo aparece la línea Calipso, podríamos decir:

El matrimonio bajo la esclavitud del pecado
1606 Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.
Y, del hermoso plan original, surgen los desvaríos y deformaciones, que no se deben al hombre ni a la mujer:
1607 Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (cf Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio del creador (cf Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (cf Gn 3,16); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cf Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (cf Gn 3,16-19)
Así pues, ¿qué queda de Calipso en el matrimonio cristiano? Nada. Es matrimonio la relación de mutuo consentimiento. Para empezar. 
Añadimos aquí sin más comentario que un simple subrayado los textos correspondientes. No es necesario decir nada: sólo leerlos.

III. El consentimiento matrimonial
1625 Los protagonistas de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para contraer el matrimonio y que expresan libremente su consentimiento. "Ser libre" quiere decir:
no obrar por coacción
— no estar impedido por una ley natural o eclesiástica.
1626 La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento indispensable "que hace el matrimonio" (CIC can. 1057 §1). Si el consentimiento falta, no hay matrimonio.
1627 El consentimiento consiste en "un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente" (GS 48,1; cf CIC can. 1057 §2): "Yo te recibo como esposa" — "Yo te recibo como esposo" (Ritual de la celebración del Matrimonio,  62). Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos "vienen a ser una sola carne" (cf Gn 2,24; Mc 10,8; Ef 5,31).
1628 El consentimiento debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo (cf CIC can. 1103). Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento (CIC can. 1057 §1). Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido.
Calipso —y su versión masculina, mucho más común— queda reducido a la nada. 
Los que se casan son los dos. 
¿Y el sacerdote? A algunos les sorprende su papel secundario. 
Pero de eso se habla después. 
Recomiendo leer esas páginas, que dan luz, a pesar de ser tan desconocidas. 

Comentarios