Utilidades, las justas

“Useful” significa útil. Junto con lo placentero y divertido (“enjoyable”), que generaron el hedonismo,
éste es el valor del que ha salido una escuela ética, un modo de vida: el utilitarismo. 
Se caracteriza por tomar lo más útil como único valor absoluto de las acciones: debe hacerse siempre lo más práctico.
Esta manera de pensar está basada, en parte, en la naturaleza, que siempre toma el camino más fácil y corto. Cuando parece que no lo hace se trata, en efecto, de una mera apariencia. 
Pero volvamos sobre lo mismo: no todo y no siempre debe ser útil. Hay cosas tremendamente inútiles que, en el fondo, son de lo más útiles. Por ejmplo, la moral: el esfuerzo por vivir rectamente. El mismo Aristóteles dice, en su Ética a Nicómaco (Libro VI, cap. VII), que 
“ella (la sabia deliberación) es la rectitud de juicio aplicada a un fin útil” 
No es verdad, repetimos, que la ética no tenga nada que ver con lo útil. Nada hay más útil, en sentido amplio, que ser bueno, por poco útil que en principio parezca.
El error radica, como otras veces, en la visión del hombre que se tiene. En una visión materialista del ser
humano, todo lo que no sirva para calmar a la máquina corporal, es totalmente inútil y debe ser evitado. Este modo de pensar ha calado en la sociedad desde que el hombre es hombre, pero tal vez se haya acentuado desde hace dos siglos.
Para encontrar ejemplos claros, acudamos a los dos campos que venimos tratando (el amor y el trabajo, al que sumaremos la relación con Dios), de donde también sacaremos alguna experiencia educativa positiva.

En cuanto al trabajo, se ve lo dañino de esta mentalidad a partir, especialmente, de los siglos XVII y XVIII, con el rapidísimo desarrollo de la ciencia teórica, al que siguió el de la técnica. 
En este breve y contundente texto, sacado de la explicación de un importante estudioso de la historia de esa época —Paul Hazard, en su El pensamiento europeo en el siglo XVIII—, queda perfectamente resumida esa mentalidad. Se desprecia –de nuevo por una visión del hombre demasiado materialista– todo lo que no sea práctico, en pro de lo científico y útil:  
"Por tanto, se reducirá considerablemente la parte del latín: ¿para qué sirve, en la existencia, ser un buen latinista? Tal vez no hay que  suprimir enteramente esta disciplina, aunque de hecho el gusto por el latín se pierda: ¡que no se pierdan ya siete años, que, para la mayoría de los niños, no representan más que trabajos y sufrimientos, en aprender una lengua muerta! El tiempo así ganado, se lo dedicará con mucha mayor ventaja a la lengua del país en que se vive. La historia pide también su puesto, y menos la historia antigua que la historia política de Europa, que ignoran, cuando llegan a los negocios, los que tendrán que ocuparse del gobierno. El estudio de la historia llevará consigo el de la geografía. Por supuesto, no se podrían descuidar las ciencias, y sobre todo las ciencias naturales junto a las matemáticas y la física. Sobre las lenguas extranjeras se muestra más vacilación. Algunos aconsejan introducir la moral natural, empezando por Grocio y Pufendorf, y el derecho natural. Los hay que llevan la preocupación por una preparación práctica hasta proponer el aprendizaje de las artes mecánicas: será más precioso para un joven saber cómo se hacen los zapatos que lleva que repetir a Aristóteles. ¿Por qué no habría en el recinto del colegio herramientas de diferentes clases, y alrededor del colegio talleres de obreros? Un encargado haría mover las máquinas a medida que las mostraría a los niños: tejeduría, imprenta, relojería y otros oficios." 
Esa exageración puede llevar a otra: a la técnica sin moral, que encorseta. Igual que entonces ocurre ahora: las carreras que más se estilan son, desde hace años, las de Administración y Dirección de Empresas, y las que generan trabajo.
La búsqueda de lo útil a corto plazo hace que sea muy complicado explicar a los jóvenes para qué sirve memorizar cosas. “Todo está en internet”, responden, “¿para qué estudiar?”. Y con esa frase utilizada de estribillo, se pasa del para qué memorizar al para qué
estudiar, para qué esforzarse…. si todo está en internet.
Todo, menos lo más útil: el modo de discriminar las ovejas de los cabritos, el grano de la paja: la información de la falsedad. O los datos de lo humanamente útil: ¿qué hacer si se muere mi madre?, por ejemplo. Eso no está en internet.

Conviene no ceder al capricho de los chicos a la hora de estudiar, y ser muy ejemplares. Me refiero a la
importancia que se le da a los deberes de ciertas asignaturas. No dejar, por ejemplo, que el niño diga que no estudia algo “porque no sirve para nada”. Eso es ceder en algo importante, porque lo mismo dirá cuando piense que lo que uno le dice como padre le contraría.
Asegurar que una asignatura es inútil es tanto como pensar que el profesor que la prepara es tonto. Así de
claro, aunque sea indirecto. Por tanto, el consejo a los educadores es claro: cuando tu hijo te venga con aquellos “¿para qué sirve una integral, o el latín?”, respóndele con la verdad: para cuadrarte la cabeza, para que uses tu inteligencia, para formarte, para que te esfuerces, para que aprendas qué se te da mejor, para que seas más tú mismo. Suele funcionar. Si se cede en este punto, cuesta mucho recuperar ese terreno.

En cuanto al amor, es muy sencillo ver que la utilidad no debe regir en ningún caso las relaciones, ya sean de amistad ya de amor de pareja o conyugal. Si hay algo esencialmente reñido con el amor es la utilidad,
entendido en el sentido más común de la palabra. El que usa a alguien, no lo ama: lo usa, sencillamente. (Por supuesto que el amor al vino se basa en su utilidad. Pero ahí, el uso de la palabra “amor” es válido por analogía: “amo” por “me gusta”. Hay gradaciones en el amor)
Citaremos a C.S. Lewis en Los cuatro amores, en un ejemplo extremo que aclara lo que explicamos.
“El deseo sexual sin eros quiere “eso”, “la cosa en sí”. El eros quiere a la amada. La “cosa” es un placer sensual, esto es, un hecho que sucede en el propio cuerpo. Usamos una expresión muy desafortunada cuando decimos de un hombre lascivo que va rondando las calles en busca de una mujer, que “quiere una mujer”. Estrictamente hablando, una mujer es precisamente lo que no quiere. Quiere un placer, para el que una mujer resulta ser la pieza de su maquinaria sexual. Lo que le importa la mujer en sí misma puede verse en su actitud con ella cinco minutos después del goce (uno no se guarda la cajetilla después de que se ha fumado todos los cigarrillos)” 
En cuanto a la religión, o relación con Dios —que bien podría considerarse uno de los cuatro amores, como C. S. Lewis entiende)—, salta a la vista que no es útil, principalmente. El católico que busque una utilidad superficial en su trato con Dios, perderá la fe y abandonará a Dios. "Podría dedicar a hacer gimnasia los 30 minutos que dura la Misa: me pondría fuerte en un mes", diríamos, entonces. La actuación de Dios en nuestro interior es paulatina, invisible y a veces dolorsa... pero salvadora. 

(A la legua se ve que todo lo anterior es un fragmento de un libro. Aquí está. Ojalá lo compres, si te ha interesado.)

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