Releyendo La Odisea en 2024: Canto VIII: las lágrimas del héroe, Netflix va tarde (unos 28 siglos), el caballo de Troya y la continencia


¡Muchos y muy suculentos son los aspectos de la humanidad de Odiseo que podemos comentar en este canto octavo! 
Odiseo sigue en la isla de los feacios, que le agasajan como se espera de la hospitalidad más fina. En un banquete ofrecido en su honor, antes de que este retome su viaje a Ítaca, el poeta ciego Demódoco canta historias épicas sobre la guerra de Troya, cosa que provoca una profunda emoción y lloro apenas disimulable en Odiseo. ¡Oh, un héroe que llora!: qué moderno nos parece esto, y qué antiguo y normal es, siempre que haya motivos de peso para esas lágrimas. 
El rey Alcínoo nota sus lágrimas, pero no dice nada, sino que propone una serie de juegos deportivos en los que participan los jóvenes feacios. 
Algunos intentan animar —diríamos que lo provocan— a Odiseo a unirse, pero inicialmente se niega. Al verse desafiado, demuestra su destreza lanzando un disco mucho más lejos que los demás, a pesar de la edad y el cansancio. Son destacables las palabras. 
Sigue cantando Demódoco, esta vez sobre la infidelidad de Afrodita y Ares, capturados por Hefesto en una trampa mientras estaban juntos. De aquí sacaremos otra notable idea.
Finalmente, Odiseo, que aún no ha revelado su nombre, sí mostrará su notable habilidad. Luego, durante otro canto de Demódoco sobre el caballo de Troya, Odiseo vuelve a llorar. Alcínoo, intrigado, finalmente le pregunta quién es en realidad y por qué las historias de Troya lo afectan tanto. ¡Y ahí acaba el canto, en un espectacular cliffhanger o "sigue atento y no te vayas muy lejos, que te lo cuento en el siguiente canto"! ¡Qué tarde llega Netflix con sus series! Pero el canto IX viene después...

Vayamos primero a las palabras de Odiseo a quien le ha retado. Son claras y contundentes:
Tu aspecto es distinguido y un dios no te habría configurado de otra suerte; mas tu inteligencia es ruda. Me has movido el ánimo en el pecho con decirme cosas inconvenientes. No soy ignorante en los juegos, como tu afirmas, antes pienso que me podían contar entre los primeros mientras tuve confianza en mi juventud y en mis manos. Ahora me hallo agobiado por la desgracia y las fatigas, pues he tenido que sufrir mucho, ya combatiendo con los hombres, ya surcando las temibles olas. Pero aun así, siquiera haya padecido gran copia de males, probaré la mano en los juegos: tus palabras fueron mordaces y me incitaste al proferirlas
Acto seguido, sin quitarse el manto, el mismo que antes lloraba, ahora lanza el disco más pesado más lejos que ninguno de los jóvenes. Y acaba retando a los jóvenes "al juego que quieran".

Sigue el segundo canto del rapsoda y Odiseo va a escuchar la historia de Ares y el adulterio de su mujer Afrodita con Hefesto.  La cosa parece clara. A Hefesto, experto fundidor, se le dio por mujer a la bella "Afrodita, hija de Zeus". Hefesto, era, sin embargo, como bien reconoce él mismo, "cojo y débil", mientras que Ares, " es gallardo y tiene los pies sanos". Ares, aprovechando un viaje y la lejanía de Hefesto, seduce a Afrodita en su propio hogar y cama:
"Ven al lecho, amada mía, y acostémonos; que ya Hefesto no está entre nosotros, pues partió sin duda hacia Lemnos y los sinties de bárbaro lenguaje".
Así se expresó; y a ella parecióle grato acostarse. 
Y a la cama se fueron. Pero Hefesto sabía de esas infidelidades, y había preparado una treta para pillarles con las manos en la masa. Y así lo hizo. En el relato, llama después a los dioses, a quienes da una de las razones, la que quería comentar. 
Dice Hefesto de su mujer:
Que ésta es hermosa, pero no sabe contenerse.
La hermosura del carácter embellece más que la simplemente física, que es bien reconocida por todos y también por él. El poco amor a su marido no fue suficiente para contener el mucho deseo —"pareciole grato", y con eso bastó— hacia Ares. ¡Y con él que se fue!
Lo mismo, en justicia, hay que decir de los dioses que contemplan la escena. Comenta Hermes, el lamentable y lujurioso mensajero de los dioses, que con ganas se iba a la cama con Afrodita si pudiera. Un ejemplo de vicio como otro. 

Más adelante, escuchamos en un canto la narración del ardid magnífico del caballo de Troya, que sirvió para tomar la ciudad. Es un ejemplo clásico, nunca mejor dicho, de por qué la mejor manera de engañar y matar al enemigo es ganárselo con regalos, desde dentro. Más traición y peor cuanto más amistoso parecía el regalo. Mucho daño hace a la familia la desunión de sus miembros

Odiseo vuelve a llorar, de modo que el rey decide acabar con los cantos y mandar a todos a sus casas a descansar. Sin embargo, tanto la reina como él irán, confusos y  curiosos a la vez, a preguntarle por su nombre y país, y por la razón de sus lloros. 
Son dos bonitos fragmentos. 
Ahí va el primero:
Dime el nombre con que allá te llamaban tu padre y tu madre, los habitantes de la ciudad y los vecinos de los alrededores; que ningún hombre bueno o malo deja de tener el suyo desde que nace, porque los padres lo imponen a cuantos engendran. 
En cuanto al segundo, es preciosa la apreciación del valor del llanto, y del amigo, similar a un buen pariente.
¿Por qué llorar? Porque es lógico, si uno pierde a un familiar: siempre son queridos. Un buen presupuesto que quizás nos viene bien recordar. Primero, la familia: lo más querido. 
Pero puede haber más: 
¿O fue, por ventura, un esforzado y agradable compañero, ya que no es inferior a un hermano el compañero dotado de prudencia?  
En la época en que más ser oye decir "bro", ¡qué bonita manera de decirlo: un buen compañero, prudente, es como un hermano!

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