Cambiemos el panorama (de las playas... o los cerebros, mejor)

Atrevido artículo el que he leído: 
"Cambiemos el panorama que nos pide que nos operemos el pecho".

La publicidad de una clínica de cirugía estética que anunciaba que iba a “cambiar el panorama de las playas españolas” ha provocado una gran polémica. La marca ha decidido retirar el anuncio, pero nos preguntamos ¿a qué panorama se referían exactamente?


Voy a responderle de modo lógico (y crudo): se refiere a la gente que va a las playas a ver tetas de gente que las tiene y las muestra. A todas las que pueda. A las que —es su decisión, en algún grado menor o mayor, libre y responsable— decide operarse los pechos (suelen ser mujeres, u hombres con cuerpo de mujer) para tenerlos más grandes y, por eso, más visibles, de modo que puedan lucirlos. 
Es una operación estética —de aisthésomai, ese verbo griego que significa "llamar la atención a los sentidos". Eso se busca. Y —aquí está lo bueno y la causa de confusión (spoiler: un bien torcido acaba siendo malo)— en efecto, a los hombres les llaman la atención de modo natural esas partes de la mujer... otra cosa es que uno acceda a esos estímulos o sea una persona adulta y domesticada: que no se deja llevar por sus apetencias en todo momento. 

—¿Cuál es el problema de querer verse apetecible, eh? —preguntaría mucha gente: hombres y mujeres (olvidemos el género ahora: vayamos al sexo, que es como lo hace el escrito).
El problema está en que uno no es una cosa o fruta. No tenemos plátanos ni melocotones. Eso son imágenes que, pese a parecer divertidas, no lo son. Son dañinas porque juegan con algo con lo que no debería jugarse, visto el resultado

¿No nos gusta que se den esas playas, llenas de esas gente, que hace esa cosa, por ese motivo? 
Quizás haya que ir a la raíz. 
Quizás, de aquellos polvos estos lodos; quizás si siembras vientos cosechas tempestades. 
Quizás si plantas un manzano salen manzanas. Quizás si entiendes que el sexo es para divertirse, entiendes que cuanto más mejor y acabas confudiendo a las muejeres (u hombres) como cosas, que es lo que son todas las demás con las que jugamos. 
Se trata de dejar de cosificar nuestros cuerpos, que son personales: son mi yo, que es persona corporal. Mi mirada no son mis ojos: soy yo con mis ojos y mucho más que ello; mi cuerpo no es mi cuerpo solamente

El artículo da datos sobre esa gente para después asegurar que debería prohibirse legalmente: hay que proteger a los menores.
Veamos los datos:

En España, cada año 80.000 mujeres se ponen t3tas (60% menores de 30 años), también cada vez hay más que se las quitan. Se mire por donde se mire, menudo negocio. Las cirugías estéticas han aumentado un 215% en ocho años sin que se evalúe la salud mental de las pacientes (85% de los tratamientos los reciben mujeres y el 15%, hombres). La edad media del primer retoque estético es 20 años (20 años). El 70% de las jóvenes se identifica con un trastorno alimentario (70%). Es aterrador. Pobres niñas.

Muy pero que muy interesantes datos y mucho más todavía la manera de razonarlos. 
Cambiemos el panorama, apunta. Muy bien dicho. 
No vale todo. No es la libertad de expresión lo único que cuenta en el mundo. Me salto la libertad y prohíbo. Hay cosas que no pueden ser toleradas. ¿Cuáles? Las que dañen a la gente. (Se quitó el carte, por si no se sabía). Muchas niñas verán ese anuncio: todavía no tienen criterio para discernir. Conviene evaluar su estado de salud mental. Quienes esas operaciones hacen, que sepan qué hacen. Una niña sin autoestima lo hará más fácilmente. ¿Solo ella? Qué manía de quedarse en lo superficial. 

—Pero si son las de 20 años las que van así, según dice el estudio.

Pero es que se ha adelantado la edad de putrefacción de las personas. Hemos "aprendido" —ya lo sabían los griegos— que son más apetecibles los niños, y las jóvenes. Toda esta manera de hablar me asquea. Así que abandonemos la metáfora. 
Corrompida la mujer, corrompida la sociedad. 

En otras palabras: para "cambiar el panorama que nos pide que nos operemos el pecho" no basta con quitar ese anuncio.  Quizás mucho del empoderamiento predicado no era más que esclavización a base de sexualización... sin darse una mucha cuenta. Los machos alfa son cada vez más y, por ley, cada vez más sucios. 
Algo no ha funcionado.
Podríamos volver —incorporando las cosas buenas que ha aportado el sano feminismo, imprescindible— a repensar la sexualidad personal. Y abandonar la sexualidad solo genital y divertida y demás despropósitos, por bien que se hayan pintado. El sexo no es un juego: es mi persona corporal mostrándose a los demás: algo demasiao central e importante como para jugar o fallar

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