—¡WOWOWOWOWOW! ¿¡Sabías que ya está a punto de salir —¡quedan 14 días!— el nuevo disco con música de Schubert!? ¡¡¡¡Ha salido la precompra!!! ¡¡¡¡¡¡Qué locurote!!!!!
—¡¡¡¡¡Gassssssssss, bro!!!!!
Hay algo que no acaba de cuadrar, me temo.
Mejor dicho: no lo temo.
Me dio que pensar el anuncio de Spotify. Es muy actual lo que promueve, pero no casa con lo más importante.
Porque Schubert lleva muerto casi 200 años: desde el 19 de noviembre de 1828. Ni siquiera sabe la fama que tiene (que no es poca, por cierto: más de 3 millones de oyentes mensuales en esa plataforma de canciones. Ya quisieran muchos). Hay cosas superiores a la mera fama.
Porque los oyentes de Schubert no esperan con ansia que salga su nuevo disco, o una nueva interpretación. La disfrutan con paz, con calma. La contemplan. Y quizás luego reflexionan a veces.
Porque, cuando uno se acerca a los clásicos (de todos los tiempos), se lleva muchas veces algo de esa pausa que da lo atemporal. Es el bien encontrado que nunca pasa de moda y que, por tanto, no es necesario buscar con ansiedad y prisa porque espera sentado, paciente, entre las cosas preciosas.
Aquí va una preciosa de Schubert, cantada por quien sabe sacar su belleza a flote.
(Cuando estaba a punto de escribir este breve texto, un amigo mío profesor me ha comunicado una alegría en un éxito educativo: los alumnos han leído cosas de Shakespeare y... ¡les ha gustado! A pesar de su edad. A pesar de la distancia. A pesar de todo. Hay quienes saben tocar la tecla de la sensibilidad humana y hacer resonar la substancia que nos mueve como hombres.)
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