"El espíritu de la Navidad es el consumismo: hipócritas"


El título es lo que denuncia un grafitti que veo cada día en un quitamiedos de la carretera que recorro al ir a trabajar. O ayer mismo, sin ir más lejos, mientras iba en bici. Lo malo es que no puedo pararme: está en plena bajada y en curva. No hay modo. 
El espíritu de la Navidad es el consumismo: hipócritas
Lo mejor de algunas pintadas es que son verdad. Lo mejor de otras es que, sin serlo, la tienen mucho en cuenta... y eso es muy interesante, porque puedes ver el error en directo. Y, lo que es mejor, te permiten aventurarte a averiguar la intención del grafitero, y, muchas veces, alabarla. 

El espíritu de algo, su ánimo, es lo que lo mueve: el motor. Y la causa final, en el fondo: el para qué. (Aristóteles otra vez, sí). Sin ese espíritu (sin el ánimo, lo que anima, lo que mueve, la razón de ser y moverse) no se da la cosa o el proceso. Típico uso: la empresa sin ánimo de lucro, sin finalidades de ganancia económica; otro, cuando se señala que a alguien le falta el espíritu de aventura, el motor que lleva a aventurarse.
Según eso, el espíritu de la Navidad sería lo que mueve la Navidad. Y eso es, simplemente, la Encarnación del Hijo de Dios. De simple no tiene nada, pero es fácil de decir: eso es lo que conmemoramos con alegría. Y a eso llamamos celebrar; porque nos gusta lo que pasó y para qué pasó: Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse Dios, de algún modo. Así lo explicaba San Agustín, que, en una de sus homilías de navidad,  afirma otra vez: 
¿Qué gracia más señalada hubiera podido Dios hacer brillar ante nuestros ojos? Él tiene un Hijo único y le ha hecho hijo del hombre; y, en retorno, por ello mismo, ha hecho de un hijo del hombre un hijo de Dios

Salta a la vista, de todos modos, que instalados cómodamente en el s.XXI es más que probable que haya sucedido lo que ocurre en el juego del teléfono: una persona susurra una frase al oído de alguien,  que la transmite al siguiente hasta llegar al último. La sorpresa mayúscula se da cuando se  dice en voz alta lo que entendió. La lección es clara: el mensaje original se transforma o distorsiona al pasar por varias personas a no ser que se vaya con mucho cuidado.
Pero es un juego, precisamente. Y uno se da cuenta de que ha pasado algo: y se vuelve al principio: ¿qué habías dicho tú?

Eso mismo hizo San Francisco de Asís en el s.XIII. El pesebre, que ya representa para siempre el Nacimiento y le da su nombre, fue un invento suyo. En efecto, "pongamos el pesebre, el belén, el nacimiento" son sinónimos. El pobre de Asís tenía una finalidad muy clara en su corazón cuando decidió construir la primera representación del nacimiento de Jesús. Así lo explica su biógrafo primero:
Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno
Visto el grafitti del título, lo más divertido del asunto es que le pidió ayuda a un noble, llamado Juan, porque él, siguiendo lo que Jesús le pedía, no tenía nada, ni dónde reposar la cabeza, como su Maestro. El bueno de Juan, había dado un terreno al Pobre de Asís, porque, como dice Benedicto XVI,
"a pesar de su gran alcurnia e importante posición, «despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu». Por eso lo amaba Francisco”
Ahí está la clave que el grafitero no comprende, aunque vislumbra más que muchos otros, tal vez.
En la única palabra "pobreza" se reúnen dos significados: la pobreza defectuosa —el simple y doloroso no tener dinero, cosa mala— y la pobreza virtuosa: agarrarse al bien supremo verdadero —Dios— y desprenderse voluntariamente de las cosas que uno tiene, sabiendo que es Dios el que manda en la vida de uno
Dentro de la segunda, además, hay varias maneras también: un desprendimiento estricto y físico, como el de los religiosos, que se apartan visiblemente del mundo; y uno propio de los bautizados no religiosos, que tratan de desprenderse voluntariamente de los bienes, pero lo hacen de modo adecuado a su situación real en el mundo. 
Brevemente: se trata de considerar que los bienes materiales son bienes, pero no los bienes últimos; de trata de no ser ser poseído por los bienes, de estar desprendidos en el fondo —es decir, de verdad—, y en lo que la superficie permite. En concreto, es obvio que una persona casada y con hijos necesita dinero para vivir: cobijo, ropa, comida, etc. Lo que no es tan obvio, ¡pero sí es la virtud aquí llamada pobreza!, es que hay muchas otras cosas que no son necesarias. Y no tenerlas, libera. Y tenerlas, fácilmente apega a este mundo, "que —como diría Jorge Manrique— es camino para el otro, que es morada sin pesar". Camino bonito, pero camino: hay que caminar sobre él, sin pararse demasiado. En eso consiste el desprendimiento, una parte de la pobreza considerada como virtud. 

Grave error sería, por eso, engancharse a las cosas de este mundo como si nuestra felicidad dependiera de ello. Y, gravísimo incluso, sería hacer alarde de ello precisamente en la fiesta en que Dios mismo —Jesús es el Niño-Dios— enseña claramente cómo hay que actuar para ser feliz: desprendiéndose de todo lo que no sea querer a gente. 
A eso se referiría, suponemos, el grafitero. Y le damos toda la razón, si es así. Una Navidad cuyo espíritu fuera el consumo, sería un contrasentido: una apropiación cultural indebida. 
Aquí lo explicaba el Papa (que dedicó, además, una Carta al pesebre: Admirabile signum), el año pasado.
Y una característica del belén es que nace como una escuela de sobriedad. Y eso tiene mucho que decirnos. Hoy, de hecho, el riesgo de perder lo que importa en la vida es grande y, paradójicamente, aumenta precisamente en Navidad —se cambia la mentalidad navideña—: inmersos en un consumismo que corroe su significado. El consumismo de la Navidad. Es cierto, que se quieren hacer regalos, eso está bien, es una forma, pero ese frenesí de ir de compras, eso llama la atención en otro lado y no está esa sobriedad de la Navidad. Miremos el pesebre: ese estupor frente al pesebre. A veces no hay espacio interior para el asombro, sino solo para organizar fiestas, para hacer fiestas.
Y el pesebre nace para devolvernos a lo que importa: a Dios que viene a habitar entre nosotros. Por eso es importante mirar el pesebre, porque nos ayuda a entender lo que cuenta y también las relaciones sociales de Jesús en ese momento, la familia José y María, y los seres queridos, pastores. Las personas antes que las cosas. Y muchas veces ponemos las cosas antes que las personas. Eso no funciona.
Entonces, ¿por qué tanto regalo en Navidad?
Benedicto XVI lo explica de maravilla también en un pequeño libro inmenso, La bendición de la Navidad:
Si Dios viene en Navidad, reparte, por decirlo así, la miel. Por tanto, tiene que ser verdad que la tierra mana esa miel: donde Él esté, desaparece toda amargura, coinciden el cielo y la tierra, Dios y hombre; y la miel, la repostería de miel es un signo de paz, de la concordia y la alegría.
Así la Navidad se convirtió en la fiesta de los regalos, en la que nosotros imitamos al Dios que se regala a sí mismo y que, con ello, nos ha dado nuevamente la vida, que solo se convertirá realmente en don cuando, a la leche de la existencia, se agrega la miel de ser amado, de un amor que no está amenazado por ninguna muerte, por ninguna infidelidad y por ninguna ausencia de sentido. 
Frente a la pega del grafitero, lo dicho ya. 
Hablemos, para acabar, de otra pega, más genérica y válida también. ¿Sería hipocresía que solo sonriéramos y fuéramos alegres y amables en Navidad? No tiene porqué. 
Podría ser desconocimiento, rutina o poca fuerza para vivir como toca.
Pero, por supuesto, también podría ser hipocresía si uno piensa como un pagano y dice cosas de cristiano, actuando después como un pagano. 
No sería hipocresía, sin embargo, si si uno trata de ser algo más amble y feliz y servicial en esa época. Lo mismo ocurre con los aniversario que no son de Jesús. Cuando celebro a mi madre, soy más amable con ella. Y tengo detalles, también en forma de regalo, sea cual sea. 
Así que, a modo de respuesta a esa pega, podemos decir que la Navidad y los regalos cobran sentido pleno a la luz de la realidad más real que celebramos. Y así sí que no nos sobra ni un regalo, ni ninguna celebración. Pero, así, ¡también!, seguro que los regalos tendrán en cuenta algo más que el gasto, y algo más que la persona a la que celebramos. Y será bueno regalar oídos y tiempo a quienes no tiene. Y quizás ir a ayudar a quienes no pueden. Y escucharles. 
Y, finalmente, eso será la continuación de algo que ya se suele hacer durante el año, pero de modo acelerado, que esa fiesta recuerda esa necesidad y la pone de nuevo ante nuestros ojos: los demás son otro yo que importa a Dios como yo mismo
Porque Dios se ha hecho hombre para todos: pastores y reyes magos. 
Y eso empezó en Navidad.

¡Feliz Navidad!



Comentarios