En el Canto X, Odiseo llega a la isla de Eolo, que le regala un saco con vientos para regresar a Ítaca. Su tripulación, aprovechando que Odiseo duerme, lo abre, y desatan una tormenta que los aleja. Luego, en la tierra de los lestrigones, esos gigantes antropófagos destruyen casi toda su flota. Los que logran escapar llegan a la isla de Eea, donde la hechicera Circe transforma a la mayoría en cerdos. Odiseo, con ayuda de Hermes, logra liberarlos. Circe, ya cambiada en su modo de hacer, los hospeda durante un año y les indica que deben ir al Hades para consultar al adivino Tiresias.
En este canto resalta la prudencia de Odiseo —y la imprudencia de sus compañeros— frente a constantes, diversos y bastante famosos peligros, que vamos a comentar.
La prudencia es la más importante de las virtudes, según Aristóteles y la posterior tradición.
Vamos a recorrer de nuevo este canto, tan repleto de aventuras entretenidas.
Eolo, "árbitro de los vientos, con facultad de aquietar o de excitar al que quisiera", le había dado a Odiseo una colección de los más favorables, además de enviar a su barco el que le sacaría de su periplo maldito y le llevaría de vuelta a su hogar. No olvidemos, en efecto, que la vuelta a casa —a sus personas amadas y a sus posesiones— es el motor de Odiseo. En la descripción inicial ya se apunta, como suele suceder, el motivo de lo desastres:
"Y ató dicho pellejo en la cóncava nave con un reluciente hilo de plata, de manera que no saliese ni el menor soplo; enviándome el Céfiro para que, soplando, llevara nuestras naves y a nosotros en ellas. Mas, en vez de suceder así, había de perdernos nuestra propia imprudencia.Se lee claro: la razón de sus males no se encuentra en los dioses, sino —bien al contrario— en su tontería personal, a pesar de la ayuda de los dioses. (Como ahora: al que madruga, Dios le ayuda. Pero hay que madrugar. Que le pregunten al rey David).
La envidia, la falta de confianza y la mala curiosidad se apodera de los compañeros de Odiseo. Aprovechando que está muerto de sueño (porque, prudente conocedor de sus hombres, no les deja guiar el barco... cosa que le agota antes), se entremeten donde no debían y curiosean en el regalo:
Y ahora Eolo, obsequiándole como a un amigo, acaba de darle estas cosas. Ea, veamos pronto lo que son, y cuánto oro y plata hay en el cuero. (...) En seguida arrebató las naves una tempestad y llevólas al ponto: ellos lloraban, al verse lejos de la patria; y yo, recordando, medité en mi inocente pecho si debía tirarme del bajel y morir en el ponto, o sufrirlo todo en silencio y permanecer entre los vivos. Lo sufrí, quedéme en el barco y, cubriéndome, me acosté de nuevo.
La falta de confianza genera una envidia y una curiosidad malsana que desata los vientos de la tempestad en las amistades y en las relaciones humanas. Es una enseñanza clásica. Estirando la metáfora, podemos explicar que, en efecto, cada quien tiene sus tempestades escondidas: cada quien lucha sus batallas interiores. Es imprudente —y maleducado, por eso mismo– curiosear donde no toca: en los regalos de los demás, en su intimidad, sin su permiso. La intimidad ajena no es una conquista, sino un regalo. "La confianza apesta", dicen algunos. No estoy de acuerdo en la formulación: la confianza real no apesta, sino que es cuidadosa. Y no es imprudente: y no malpiensa, sino que se fía.
Más adelante, cuando los vientos les ha llevado de vuelta a la casilla de inicio, a Odiseo no hay quien le ayude, porque consideran que quien tanta mala suerte, es que está tachado por los dioses y ha perdido su favor. Y a esos no hay que prestarles ni un segundo de atención.
Avanzan a su pesar y llegan a otra isla, donde pasarán peores cosas: unos lesgistrones gigantescos y antropófagos actuarán como tales, comiéndose a bastantes de los hombres y lanzando gruesas rocas contra las naves de los compañeros de Odiseo, que a duras penas lograrán escapar.
Aparece aquí una escena desoladora, con un final moralizante:
Así dije. A todos se les quebraba el corazón acordándose de los hechos del legistrón Antífanes y de las violencias del feroz Ciclope, que se comían a los hombres, y se echaron a llorar ruidosamente, vertiendo abundantes lágrimas; aunque de nada les sirvió su llanto.
No está mal llorar si la situación es equilibrada y adecuada: hay un porqué razonable para llorar y estar triste. Pero, una vez sucede esto, de nada práctico sirve derramar lágrimas. Hay que ponerse a arreglar las cosas de otro modo. Prudencia avanzada es saber cuándo conviene llorar y cuándo, dejar de llorar para avanzar en la vida. Odiseo, prudente entre los prudentes, lo sabe.
Guiados por él, llegarán a la isla de Circe. La imprudencia, de nuevo, de los compañeros, hará que se dejen llevar a un huerto antológico:
Y Polites, caudillo de hombres, que era para mi el más caro y respetable de los compañeros, empezó a hablarles de esta manera:—¡Oh amigos! En el interior está cantando hermosamente alguna diosa o mujer que labra una gran tela, y hace resonar todo el pavimento. Llamémosla cuanto antes.Así les dijo; y ellos la llamaron a voces. Circe se alzó en seguida, abrió la magnífica puerta, los llamó y siguiéronla todos imprudentemente, a excepción Euríloco, que se quedó fuera por temor a algún daño. Cuando los tuvo adentro, los hizo sentar en sillas y sillones, confeccionó un potaje de queso, harina y miel fresca con vino de Pramnio, y echó en él drogas perniciosas para que los míos olvidaran por entero la tierra patria. Dióselo, bebieron, y, de contado, los tocó con una varita y los encerró en pocilgas. Y tenían la cabeza, la voz, las cerdas y el cuerpo como los puercos, pero sus mientes quedaron tan enteras como antes. Así fueron encerrados y todos lloraban; y Circe les echó, para comer, fabucos, bellotas y el fruto del cornejo, que es lo que comen los puercos, que se echan en la tierra. Euríloco volvió sin dilación al ligero y negro bajel, para enterarnos de la aciaga suerte que les había cabido a los compañeros.
Euríloco no es cobarde: es de una valentía prudente. La valentía está, como enseña Aristóteles, en el justo medio entre dos puntos extremos y equivocados: la temeridad de quien nada teme y el miedo de aquel a quien todo asusta. Es un punto medio que, a la vez, es punto álgido: acierto máximo. Euríloco, por tanto, triunfa al usar su cabeza para decidir, y no solo sus sentidos o gusto: la agradable y atrayente música que suena. Visto el desastre, vuelve a contarlo a Odiseo.
Se muestra entonces otra de las maravillas de la prudencia. Dicho de otro modo, la maravilla del vivir humano. La aventura de la libertad y de la circunstancia de cada uno en la vida. No hay dos personas iguales. No hay actuaciones iguales, aunque sí haya bienes iguales, que toda a cada uno descubrir a su manera. Lo que a Euríloco le asusta con razón le hace prudente al no entrar. A Odiseo, por el contrario, le lleva a entrar.
Euríloco le cuenta a Odiseo qué sucede con Circe y cuál es su poder. Pero Odiseo necesita ayudar a sus hombres: el deber así lo manda:
Así me habló; y le contesté diciendo:—¡Euríloco! Quédate tú en este lugar, a comer y a beber junto a la cóncava y negra embarcación; mas yo iré, que la dura necesidad me lo manda.
Es una necesidad dura, pero necesidad. Un dios, Hermes, le ayudará a salvar a sus hombres de la hechicera Circe.
Aparece aquí, entremezclado con la prudencia, el tercer tema: el sexo como arma. O como algo que no sea representación física y personal del amor. El sexo como mera diversión. El sexo desvirtuado. El sexo venido a menos. El sexo dañino.
Hermes aconseja a Odiseo que, tomado un antídoto, coma y beba lo que la diosa le ofrece. Y luego, inmune, haga como que la va a matar. Ella se amansará y le propondrá irse a la cama. Odiseo debe aceptar, con la promesa previa de que Circe salvará a sus hombres. Un chantaje sexual, aunque en sentido inverso al que suele darse en la actualidad. Odiseo aceptará ser un objeto de deseo de una hechicera. Es muy notable cómo, en mi opinión, el oyente (o lector) de la Odisea tendrá más que claro que Circe es injusta al proponer esos actos a Odiseo. Y que dichas acciones son ilegítimas. Y que tienen solo pleno sentido cuando son voluntarias y en lecho propio. Todo, sin decirlo explícitamente. Homero usa un diálogo interesante, en que Odiseo, antes de irse a la cama con la hechicera, se muestra desganado:
—¿Por qué, Odiseo, permaneces así, como un mudo, y consumes tu ánimo, sin tocar la comida ni la bebida? Sospechas que haya algún engaño y has de desechar todo temor, pues ya te presté solemne juramento. Así se expresó, y le repuse diciendo:—¡Oh, Circe! ¿Qué hombre, que fuese razonable, osara probar la comida y la bebida antes de libertar a los compañeros y contemplarlos con sus propios ojos? Si me invitas a beber y a comer, suelta mis fieles amigos para que con mis ojos pueda verlos.
Así es como, bajo pago de cama, Odiseo consigue librar a sus hombres. Sexo como arma. Deplorable.
Más adelante, y para acabar, se lee la última lección de prudencia de Odiseo en este canto.
Una vez que Circe ha librado a quienes habían entrado en su mansión, Odiseo vuelve a por los que se habían quedado con Euríloco. Como buen capitán, quiere que se alimenten y estén sanos para lo que les espera, así que les manda seguirle hasta la mansión de Circe, que ya es bienhechora:
Así les hablé, y al instante obedecieron mi mandato. Euríloco fue el único que intentó detener a los compañeros, diciéndoles estas aladas palabras:—¡Ah, infelices! ¿Adónde vamos? ¿Por qué buscáis vuestro daño, yendo al palacio de Circe, que a todos nos transformará en puercos, lobos o leones para que le guardemos, mal de nuestro grado, su espaciosa mansión? Se repetirá lo que ocurrió con el Ciclope cuando los nuestros llegaron a su cueva con el audaz Odiseo y perecieron por la loca temeridad de éste.Así dijo. Yo revolvía en mi pensamiento desenvainar la espada de larga punta, que llevaba a un lado del vigoroso muslo, y de un golpe echarle la cabeza al suelo, aunque Euríloco era deudo mío muy cercano; pero me contuvieron los amigos, unos por un lado y otros por el opuesto, diciéndome con dulces palabras:—¡Alumno de Zeus! A éste lo dejaremos aquí, si tú lo mandas, y se quedará a guardar la nave: pero a nosotros llévanos a la sagrada mansión de Circe.
Los fieles compañeros ayudan a Odiseo a ser prudente en dos ocasiones.
Primero, para no dejarse llevar por la ira ante la desobediencia imprudente de Euríloco, que no sabía cómo había cambiado Circe, y que seguía por eso siendo presa del miedo.
Y, después, para no abandonar el fin que perseguían solo por lo confortable de la situación. Circe les llevaba cuidando demasiado bien mucho tiempo, y corrían el peligro de olvidarse de qué buscaban en el fondo:
Mas cuando se acabó el año y volvieron a sucederse las estaciones después de transcurrir los meses y de pasar muchos días, llamáronme los fieles compañeros y me hablaron de este modo:—¡Ilustre! Acuérdate ya de la patria tierra, si el destino ha decretado que te salves y llegues a tu casa, de alta techumbre, y a la patria tierra.
¡Qué importante es tener buenos amigos! ¡Y qué importante, tener un buen carácter! O, como dice una y otra vez la Odisea, un ánimo generoso, que se deje convencer:
y su ánimo generoso se dejó persuadir
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