Salud mental y compañía (y II)

Este texto es la segunda parte de otro, que trataba de cómo acompañar a los jóvenes, que lo necesitan tanto por edad y, además, por la sociedad en que vivimos.  
Cosas de la providencia, hoy, buscando otro texto, he encontrado este, tan claro y relacionado con lo que acabamos de recordar arriba. 
Sin más preámbulos, ahí va: 
A la infancia y a la niñez sucede la juventud, mar donde soplan los vientos impetuosos, como en el Egeo, al ir acreciéndose la concupiscencia. Es la edad en la que cabe menos la corrección, no sólo porque las pasiones son más violentas, sino porque los pecados se reprenden menos, pues han desaparecido maestros y pedagogos. Cuando los vientos son más impetuosos y el piloto es más flaco y no hay nadie que ayude, considerad cuán grande ha de ser el naufragio. (In Matthaeum homilia, 81, 5)

¿Por qué citar este texto? (Texto que, por cierto, proviene de una homilía que comenta el evangelio de san Mateo) 
Porque es buenísimo. 
Porque dice una gran verdad (señala no una, sino dos razones del fracaso de ciertos adolescentes) de una gran manera. 
Porque lo escribió un hombre hace 1700 años... y sigue siendo cierto, lo cual lo convierte en una joya clásica que siempre ayuda y brilla. 

Añado además con gran placer unas líneas sobre su autor: San Juan Crisóstomo, ese santo obispo que vivió a caballo del siglo IV y V en Antioquía. Me serviré —porque me encanta y me basta— del resumen que se puede leer en la Wikipedia. Explica en pocas palabras qué hizo de notable —tan actual ahora también— y por qué se le llama Crisóstomo, un buen apodo:
Este Padre de la Iglesia fue famoso por sus discursos públicos y por su denuncia de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero bizantino. Su enfrentamiento con la corte del emperador Arcadio y de su esposa Elia Eudoxia resultó en su destierro. Reinstalado en su sede episcopal temporalmente, fue por último depuesto y exiliado hasta su muerte.​ Un siglo después, Juan de Constantinopla recibió el título por el que le conoce la posteridad: Juan Crisóstomo. ​Ese término proviene del griego "chrysóstomos" (χρυσόστομος) [jrisóstomos], y significa ‘boca de oro’ (χρυσός: jrüsós 'oro' y στόμα: stoma 'boca') en razón de su extraordinaria elocuencia que lo consagró como el máximo orador entre los Padres griegos.
En efecto, la Iglesia también tiene sus clásicos, a los que llama de otros modos: Padres de la Iglesia, si son santos y de doctrina especialmente clara, o Doctores de la Iglesia, si son de épocas posteriores a los primeros siglos. 
¡Qué buena cosa es conocerlos!

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