Salud mental y futuro y compañía

De fotos relacionadas con salud mental va hoy la cosa. 
La primera está ampliada hasta los extremos: la hice desde el coche, en mi barrio. 
Me llamó la atención la frase y, sobre todo, la reacción, que me encantó.
Los días en que todo parece una puta mierda
Y, encima, un tachón anulante con una frase en mayúscula y mayor tamaño:
Cállateeeee
Me encanta la reacción. Así, con varias "E". 
Cállate porque lo parece pero no lo es. Piensa y verás que no todo es así.
Cállate porque lo negativo se contagia (ay, las redes). ¡Y lo positivo!
Pero... en otro sentido: no te calles: Habla: di cómo estás.

Me acaba de recordar, mientras escribía esto, a otra pintada que vi en Tarragona, muy similar. 
La recuerdo perfectamente, porque iba con chavales de 15 o 16 años, a quienes hice ver la situación. Y la comentamos. No tengo la foto, claro. Pero sí memoria, y la he buscado en internet. He encontrado a quien se la tatúa: 
"Live fast. Die young": Vive deprisa y muere joven. 
Lo que no he encontrado en internet es la reacción —igual de contundente que la del otro tipo, pero sin tachar la frase—: "¡vaya pollada!". 
Se entiende perfectamente que esté en el mismo registro torpe y poco matizado. Es un modo de "razonar" igual de válido que el anterior: ninguno de ellos razona. Es "a ver quién grita más". Pero, está claro, grita más quien tiene ganas de vivir. Abundaremos en breve. 

Más sobrenatural (y humanamente impecable) fue la reacción del Beato Álvaro del Portillo, madrileño del s.XX, con una persona que se quejaba de todo le había ido mal aquel día. 
Cuando te ocurra que todo lo ves mal, es que solo ves lo malo: vete a dormir, porque estás cansado. Hacemos —y hay—muchas más cosas buenas que malas, pero el cansancio no te deja verlas. 
Lo del árbol que no deja ver el bosque. 
El problema, tan real, es que somos subjetivos. En mayor o menor grado. Y siempre hay problemas. Y alguien ha de decirte que te vayas a dormir, o que te separes del árbol. Alguien que no eres tú. Necesitamos a los demás para estar bien, y para dejar de estar mal. Y para mejorar. 
En una época en que, paradójicamente, conocemos el nombre (o, como mínimo, el cuerpo) de tanta gente, estamos solos muchas veces: nos falta quien nos diga lo más básico, lo que necesitamos oír
Conviene, por eso mismo, cuidar las relaciones personales, sin cachibaches y aparatos: volver al cara a cara. Gastar tiempo. De verdad. Decirse cosas. 

Sigamos con más fotografías. Vienen ahora dos que hice en Roma, esta Semana Santa pasada. Me parecieron muy asombrosas. 
Ahí va la primera, a la que uniré la segunda por el sentido. 
¿Cómo se le llama a cuando va todo bien? 
Alcohol. Se le llama alcohol.
Muy interesante. Y hasta graciosa, si no fuera por lo dramático del fondo. 
El alcohol: ese amigo de la diversión, enemigo mortal de la felicidad. 
Ese engañabobos que a todos, bobos como somos, puede engañar. 
Esa máscara, que puede estar bien en un baile de máscaras, y en pocos sitios más: un acelerador de algo que no somos... y que queremos mostrar a pesar de todo. 
Ya lo dice el refrán popular:
Penas sin remedio, litro y medio 
Lo malo es que lo mismo se dice para las alegrías. 
Y ahí va la segunda de Roma:

No me llamó la atención que haya quien quiera desparecer. Puede pasar a cualquiera que, en ocasiones, uno preferiría no estar en ninguna parte... y descansar. Por errores, por situaciones dolorosas, por no saber qué hacer, qué decir o dónde agarrarse. 
Lo malo es que esa situación se ha multiplicado en la horquilla de edad en que menos debería: los adolescentes y jóvenes. 
Mientras estaba pensando en qué escribir, un profesor colgó esta fotografía en el chat que tenemos. Otro, al verla, puntualizó: "En 2010 nació Instagram". 
Como no se ve bien, transcribo. Se trata del subidón exponencial de los que sostendrían esta tres frases: "no puedo hacer nada bien", "mi vida no es útil" y "no disfruto la vida".  En chicos de 13-14 a 17-18 años. En plena adolescencia. 

En un mundo hiperconectado —hiperconexión que no sabemos digerir: no estamos preparados para saber qué dice sobre su estado de ánimo un tipo en New York, sino para aprender cómo está mi madre, en la habitación de al lado—, muchos se sienten solos. Y vuelcan en ese falso espacio de escucha todos sus traumas, actitud que se contagia y multiplica. Así, el vomitorio negativo crece. 
Y lo mismo ocurre con los que ponen sus cuerpos al aire o sus fotos llamando la atención. 
Es el mismo patrón: necesito aprobación. Algo normal, por otra parte, en los jóvenes. Lo no normal es el modo de buscarla: al faltar la familia y los amigos de carne y hueso, "aparecen" otros, que acaban por no satisfacer las necesidades de aprobación. 

La modesta propuesta de estas líneas es esta: hagamos caso a los jóvenes —y no tan jóvenes— uno a uno, a la cara. Y cada uno a los que tiene que hacer caso. Escuchemos y miremos a los ojos. Cada cual como pueda.


(Aquí van una, dos, trescuatro  y hasta cinco entradas sobre este mismo tema).

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